
El Solidario: Santiago Abascal y Carlos Mazón.
Vox impone su agenda ideológica a cambio de apoyar los presupuestos del Gobierno valenciano de Carlos Mazón, debilitando pilares esenciales del Estado de derecho como la memoria democrática, la emergencia climática, la lengua propia o las políticas migratorias. El precio del poder lo pagará, una vez más, la ciudadanía más vulnerable y la democracia misma.
Cuando el Partido Popular se alía con Vox, el coste no es solo político: es moral, histórico y social. La aprobación de los presupuestos de la Generalitat Valenciana ha puesto en evidencia hasta qué punto la ultraderecha condiciona las decisiones de gobierno a cambio de imponer recortes en derechos y libertades básicas. No es un pacto económico: es una cesión ideológica que blanquea un proyecto reaccionario.
MUY INTERESANTE
El president Carlos Mazón, que llegó prometiendo gestión y moderación, se ha convertido en rehén de un partido que niega la violencia machista, ataca el valenciano, desprecia la cultura democrática y se mofa del cambio climático.
A cambio de su apoyo, Vox ha logrado que los presupuestos incluyan nuevos tijeretazos a programas de memoria histórica, políticas medioambientales y proyectos de integración social.
Es la misma hoja de ruta que estamos viendo en otras comunidades gobernadas por la derecha con el sostén de la ultraderecha: desmantelamiento institucional, negacionismo climático, censura cultural y criminalización del diferente.
Una regresión que golpea especialmente a los colectivos más frágiles, a los jóvenes sin oportunidades, a las mujeres que luchan por la igualdad y a quienes defienden una tierra plural y abierta.
València no merece ser laboratorio de la intolerancia. La ciudadanía valenciana ha demostrado en muchas ocasiones su compromiso con la memoria democrática, el derecho a una lengua propia, la acogida digna y la sostenibilidad ambiental. Lo que hoy se entrega como “peaje” al chantaje de Vox, costará generaciones en recuperarse si no se frena a tiempo.
Porque ceder ante el autoritarismo nunca es gobernar: es rendirse. Y en democracia, la rendición ante el odio no puede ser una opción.
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