El eterno e intenso debate entre padres, educadores y expertos en psicología se basa en el acceso de menores a redes sociales, actualmente.
Si bien muchas plataformas establecen una edad mínima de 13 años, esta restricción se enfoca en el cumplimiento legal más que en la madurez emocional o cognitiva de los niños. El verdadero desafío radica no solo en decidir a qué edad los menores deben tener presencia en redes, sino en garantizar que su uso sea saludable, seguro y constructivo.
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Los especialistas en psicología infantil subrayan que el impacto de las redes no depende exclusivamente de la edad, sino del contexto y las herramientas que los menores tienen para gestionar esta experiencia. No depende tanto de la edad del menor sino del uso responsable y de la supervisión parental.
La exposición temprana a redes sociales sin un acompañamiento adecuado puede aumentar el riesgo de ciberacoso, dependencia a la validación externa y acceso a contenido inapropiado, impactando su desarrollo emocional, además de provocarles trastornos de ansiedad, trastornos de autoestima, ideas de suicidio, bullying, entre otras problemáticas.
Psicológicamente, se vuelve crucial abrir espacios de diálogo entre padres e hijos sobre el propósito de las redes y los límites que deben establecerse. Más allá de prohibir, se trata de educar: enseñar a los menores a cuestionar lo que ven, a distinguir entre lo real y lo fabricado, y a usar las plataformas para explorar intereses o mantener conexiones sanas.
Con un enfoque preventivo y orientado al desarrollo de habilidades digitales, las redes pueden ser una herramienta poderosa, en lugar de una amenaza para su bienestar. La clave no es cuántos años tienen al comenzar, sino cómo son preparados para enfrentar el mundo digital.
Proteger a nuestros menores está a un «click» y, sobre todo, con una buena educación digital, se pueden obtener ventajas y disfrutar del mundo digital sin incurrir a grandes peligros. La clave está en la educación y en la supervisión.
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