
ARCHIVO/ El Solidario. Por el cambio climático, el pasado junio es el mes más caliente.
Junio de 2025 ya es el más cálido desde que existen registros. Lo que muchos todavía llaman “ola de calor” no es un evento aislado, ni una travesura del verano adelantado: es la consecuencia directa del cambio climático, una realidad tan abrasadora como el asfalto al mediodía.
Este fenómeno, según datos recogidos por elDiario.es, se ha vuelto cinco veces más probable por el efecto acumulado de los gases de efecto invernadero. Las temperaturas extremas, que hace décadas eran excepcionales, hoy son la regla. Pero mientras los termómetros estallan, seguimos comportándonos como si tuviéramos aire acondicionado en el planeta entero.
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La negación climática es hoy una forma de violencia política. Porque mientras los incendios arrasan, los cultivos se secan y las muertes por golpes de calor aumentan, los grandes contaminadores siguen lucrándose, y buena parte de los gobiernos del Norte Global actúan con la parsimonia de quien está a salvo en una torre de marfil… aunque esa torre ya esté ardiendo.
La paradoja es que el mundo arde y aún así se sigue subvencionando a empresas fósiles, permitiendo macrogranjas y promoviendo infraestructuras que agravan el problema. El modelo económico actual es como regar gasolina sobre una hoguera: solo puede acabar mal.
No se trata solo de calor. Se trata de desigualdad, salud, desplazamientos forzados y pobreza energética. Las olas de calor no impactan igual a quien duerme con aire acondicionado que a quien vive en un quinto sin ascensor y sin ventilador. El calentamiento global tiene rostro, clase y género.
La justicia climática no es una utopía: es una necesidad. Y exigirla no es un capricho “verde”, es un acto de supervivencia. Porque si el planeta sigue así, pronto no quedarán veranos, solo cenizas.
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