
Protestas en los Ángeles por la política inmigratoria de Trump / Toma RR SS / El Solidario
Represión sin precedentes
Las redadas migratorias en Los Ángeles desataron una ola de protestas sin precedentes desde el regreso de Donald Trump al poder. En una ciudad donde residen millones de latinoamericanos, cientos de personas salieron a las calles en defensa de sus comunidades.
La respuesta del presidente fue el despliegue de 2.000 soldados de la Guardia Nacional y 700 marines, una acción que se ejecutó sin la solicitud del gobernador del estado.
Desde el sábado, las manifestaciones se han extendido a más de 30 ciudades. En Los Ángeles, la policía ha dispersado a los manifestantes con gases lacrimógenos y pelotas de goma.
El toque de queda impuesto en el centro no ha frenado la protesta: “¡Vergüenza!”, corean quienes exigen el fin de la militarización de los barrios. En Nueva York, Texas o Misuri, también se han reportado detenciones y tensión.
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La justicia como campo de batalla y el poder en nombre del miedo
La decisión de Trump ha sido llevada a los tribunales por el gobernador Gavin Newsom, quien acusa al presidente de violar las competencias estatales. El caso está en manos del juez federal Charles Breyer, que deberá decidir si sigue adelante o desestima la denuncia. Mientras tanto, las calles de Los Ángeles continúan patrulladas por tropas entrenadas para el combate, no para la seguridad ciudadana.
Trump justifica su decisión en «poderes de emergencia» y en la necesidad de “proteger la patria”. Pero organizaciones de derechos humanos y juristas alertan de que esta medida erosiona principios fundamentales del sistema democrático. Los cuales incluyen la separación de poderes, la autonomía de los estados y el derecho a la protesta pacífica.
Lo que ocurre hoy en Estados Unidos no es solo una crisis migratoria ni una respuesta a disturbios, es una señal de alarma global sobre cómo el poder puede disfrazar de legalidad la represión. La militarización de la vida civil y el castigo al disenso siembran un precedente peligroso. Defender los derechos humanos y las libertades democráticas no es una opción ideológica, sino una obligación ética para quienes creen en una sociedad justa. El silencio, ante esto, también es una forma de violencia.
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