Fausto 
Archivo/El Solidario. Según informes de organismos internacionales, los ataques no distinguen entre objetivos militares y civiles, afectando gravemente a mujeres, niños y ancianos.
El drama humanitario que asola Oriente Medio, intensificado por los masivos ataques de Israel con bombas y misiles, evidencia una de las mayores crisis de derechos humanos de nuestro tiempo. Sin embargo, mientras miles de civiles sufren el impacto de este conflicto, la comunidad internacional parece mirar hacia otro lado, permitiendo que la región siga siendo un avispero político y social.
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El proyecto expansionista sionista de Israel no es nuevo. Desde hace décadas, se han documentado políticas de ocupación y desplazamiento forzado que afectan principalmente al pueblo palestino.
Los recientes bombardeos en Gaza y Cisjordania son solo una continuación de esta estrategia, que busca consolidar el control israelí a costa del sufrimiento de la población local. Según informes de organismos internacionales, los ataques no distinguen entre objetivos militares y civiles, afectando gravemente a mujeres, niños y ancianos.
La pasividad de la comunidad internacional resulta indignante. Naciones Unidas, la Unión Europea y otros actores globales parecen paralizados por intereses económicos y geopolíticos.
Estados Unidos, principal aliado de Israel, bloquea sistemáticamente cualquier resolución en el Consejo de Seguridad que condene estas acciones. Mientras tanto, las potencias europeas emiten tibias declaraciones que no se traducen en acciones concretas, como sanciones o la suspensión de acuerdos comerciales con Israel.
Esta inacción no solo perpetúa la violencia, sino que también envía un mensaje peligroso: los derechos humanos pueden ser ignorados cuando los intereses políticos así lo dictan. La falta de una respuesta contundente socava la credibilidad de las instituciones internacionales y deja a las víctimas sin protección alguna.
Es hora de que la comunidad internacional despierte y actúe con firmeza para detener esta tragedia. No se trata solo de un conflicto regional, sino de un desafío ético global. ¿Cuántas vidas más deben perderse antes de que el mundo reaccione? Es momento de exigir justicia y solidaridad para las víctimas, construyendo un camino hacia la paz y la dignidad humana.
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