
MANU MITRU/El Solidario. Solidaridad durante el apagón.
Mientras las grandes eléctricas siguen priorizando sus beneficios y el Estado se muestra incapaz de dar respuestas ágiles ante emergencias, la organización colectiva ha demostrado ser el verdadero kit de supervivencia en tiempos de parálisis y abandono institucional.
El reciente apagón eléctrico, que afectó a gran parte del territorio español, dejó a miles sin luz, calefacción ni agua caliente, pero también dejó al descubierto una fuerza subterránea y poderosa: la de las redes vecinales autogestionadas.
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Decenas de centros sociales, cooperativas energéticas y colectivos ciudadanos tomaron las riendas de una situación límite. Espacios como La Villana de Vallekas o el EVA de Arganzuela, en Madrid, que ya habían sido vitales durante la pandemia, se convirtieron de nuevo en refugios de solidaridad.
Calefactores compartidos, cargadores comunitarios, ollas populares, apoyo emocional y asesoramiento legal emergieron sin necesidad de permisos ni subvenciones: solo con voluntad social y política de abajo.
Mientras Iberdrola y Naturgy acumulaban dividendos, la ciudadanía organizada suplía las funciones que deberían ser responsabilidad pública. El modelo energético oligopólico, sostenido por décadas de privatización neoliberal, no solo es ineficaz, sino cruel.
Las zonas más golpeadas por la crisis eléctrica coincidieron, una vez más, con los barrios obreros y periféricos, demostrando que la pobreza energética es una forma más de violencia estructural.
No es casualidad que las respuestas más efectivas no hayan venido de despachos oficiales, sino del tejido comunitario. Lo ocurrido en Madrid y en muchas ciudades y pueblos españoles recuerda que la autogestión no es una utopía, sino una necesidad urgente frente a un sistema que nos deja a oscuras. El futuro no se construirá con más mercado, sino con más comunidad, más común, más cooperación.
En tiempos de emergencia, no son los grandes capitales quienes salvan vidas, sino la solidaridad organizada. Y eso, aunque les moleste a los de siempre, es profundamente político. ¿No es hora de repensar quién debe tener el control de la energía?
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