El mercado libre ha demostrado ser el sistema más eficaz para la creación de riqueza y la distribución de bienes y servicios. Sin embargo, es esencial señalar que su eficacia no implica una ausencia de regulación. Desde una perspectiva igualitaria, parece paradójico proponer un mercado libre como punto de partida, pero la clave radica en diferenciar entre el mercado como herramienta y el uso que se hace de él.
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No es el mercado, sino una concepción distorsionada del mismo, lo que ha generado las injusticias del capitalismo. En esta visión, las élites han reservado al Estado el papel de servidor de sus intereses, despojándolo de su capacidad distributiva y reguladora, o utilizándola solo cuando conviene.
Lecciones de los fracasos del pasado
El pasado ofrece lecciones cruciales. Los sistemas comunistas que estatizaron toda la economía, como en la URSS y los países de Europa del Este, o las experiencias actuales de Cuba y Corea del Norte, han mostrado que más Estado no siempre equivale a más igualdad o desarrollo. Por el contrario, estos modelos han resultado en caminos equivocados para alcanzar el bienestar social.
Asimismo, las políticas neoliberales han fracasado en demostrar que un mercado extremadamente libre, desprovisto de políticas públicas, genera bienestar para la mayoría. Al contrario, estas políticas han profundizado la desigualdad y la pobreza.
La idea de que “menos Estado es mejor” se desmonta al observar cómo estas mismas políticas favorecen a las grandes corporaciones mediante la intervención estatal. Ejemplo de esto son los estados africanos, donde la débil presencia estatal, inferior al 20% del PIB, correlaciona con niveles extremos de pobreza, según datos del Banco Mundial.
Lecciones de los éxitos
Por otro lado, existen modelos exitosos que combinan el mercado libre con una regulación adecuada. Países como Canadá, Nueva Zelanda o varias naciones europeas han logrado un desarrollo socioeconómico cohesionado gracias a políticas públicas que regulan el mercado para favorecer la cohesión social. Estos modelos han garantizado un bienestar sin precedentes en la historia de la humanidad.
Incluso en contextos autoritarios, como China y Rusia, el éxito económico y político demuestra que un mercado libre coordinado por el Estado puede ser efectivo. Estas economías han prosperado gracias a un marco donde las autoridades públicas establecen prioridades y límites, dejando claro que el rumbo de la sociedad no lo dictan las corporaciones, sino los intereses colectivos.
América Latina ofrece un ejemplo esperanzador. En el siglo XXI, gobiernos progresistas han aplicado políticas redistributivas sin abandonar el mercado libre. Millones de personas han salido de la pobreza mediante políticas que priorizan los intereses de las mayorías sociales, desafiando a las élites locales y las corporaciones internacionales.
El modelo ideal: mercado libre y control democrático
A la luz de estos fracasos y éxitos, es razonable concluir que el equilibrio óptimo consiste en un mercado libre pero regulado, donde las instituciones democráticas establezcan límites claros para garantizar el bienestar de las mayorías. Este enfoque permite combinar la creación de riqueza con la justicia social, ofreciendo un camino viable hacia una sociedad más equitativa y cohesionada.
Un mercado libre, bajo el control democrático de la sociedad, no solo es viable, sino necesario. Aprender de las experiencias históricas nos invita a rechazar los extremos y a adoptar un modelo donde el Estado y el mercado trabajen juntos para construir un futuro más justo y sostenible.