
Vacas a punto de ser exportadas vivas. Toma de anarcoveganismo.arg / El Solidario
Es curioso cómo las críticas hacia el uso de agua por parte de la IA crecen cada vez más, mientras que los sectores que realmente agotan los recursos naturales pasan desapercibidos. Un ejemplo claro de ello es la industria de la carne, que utiliza miles de litros de agua en cada etapa de su producción.
Para ponerlo en perspectiva, la creación de una sola hamburguesa requiere nada menos que 3,000 litros de agua, un derroche que ni siquiera se cuestiona. Mientras tanto, se habla de la «huella hídrica» de la IA, que, comparativamente, consume mucho menos, sin que esto sea un factor tan relevante en el debate público.
Este doble estándar pone de manifiesto una flagrante hipocresía. ¿Por qué la industria cárnica, que es uno de los sectores más destructivos del planeta, sigue siendo protegida, mientras que nos enfocamos en tecnologías más recientes como la IA?
El consumo de recursos de la IA, aunque significativo, es solo una fracción de lo que ocurre en la agricultura industrial y la ganadería. La lógica de los consumidores no parece alinearse con las evidencias de la crisis ambiental.
Pero la hipocresía no termina ahí. El debate sobre la IA también ha mostrado un creciente problema en la protección de los derechos de autor. La obra de artistas como Hayao Miyazaki ha sido tomada y replicada sin su consentimiento ni compensación, gracias a los algoritmos de IA que replican estilos artísticos sin entender su contexto.
La creación humana, el esfuerzo de años de trabajo, es reproducido sin respeto por el autor, lo que abre un debate urgente sobre el derecho de autor en un mundo digitalizado.
Deberíamos preguntarnos: ¿por qué no cuestionamos más seriamente la industria de la carne y sus devastadores impactos ambientales? Al mismo tiempo, ¿cómo podemos permitir que la creatividad humana sea sacrificada en el altar de la IA sin cuestionar sus prácticas éticas?
En lugar de centrarnos exclusivamente en la huella hídrica de las tecnologías emergentes, es hora de que revaloremos nuestra relación con los recursos naturales y los derechos de los creadores. La verdadera pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a cambiar, y cuándo?
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