
La dedicación de tanto tiempo al trabajo no remunerado impide a las mujeres disfrutar plenamente de sus derechos. Archivo: El Solidario
Ser mayor en una sociedad que margina la vejez ya es difícil. Ser mayor y formar parte del colectivo LGTBI lo es aún más. Pero si a eso se suma vivir con demencia, lo que queda es una triple vulnerabilidad silenciada por los sistemas públicos y arrinconada incluso dentro de los discursos más progresistas.
Muchos mayores LGTBI han vivido décadas de discriminación, clandestinidad y miedo. Hoy, cuando más necesitan una atención digna y respetuosa, se enfrentan a residencias sin formación en diversidad, a entornos donde deben volver al armario para ser aceptados, y a profesionales que no están preparados para atender las especificidades de su identidad.
La demencia no borra la historia personal, pero sí puede alterar la manera en que esa historia se comunica. Si a una persona LGTBI con deterioro cognitivo se le responde con prejuicio o ignorancia, se refuerzan los traumas que arrastra. No son pocas las situaciones donde se les trata con infantilización, se niega su historia de vida o, directamente, se les empareja con personas del sexo opuesto sin considerar su orientación o identidad de género.
Hablar de derechos humanos también es hablar de cómo tratamos a quienes envejecen. El enfoque interseccional no es un lujo teórico, sino una necesidad urgente en los servicios sociosanitarios. Porque no hay cuidado sin reconocimiento, y no hay reconocimiento sin memoria.
La justicia social no puede olvidarse de quienes, tras una vida de resistencia, merecen vivir sus últimos años con dignidad, visibilidad y amor. No dejemos que el olvido institucional sea la última etapa de sus vidas.
Síguenos en nuestras redes sociales @elsolidariorg / X: @X_ElSolidario y en nuestro canal de Whatsapp El Solidario; Instagram: @elsolidariorg TikTok: @elsolidarionews; Facebook: @ElSolidario
TE PUEDE INTERESAR: