¿Hasta dónde puede llegar la justicia cuando denunciar crímenes es más castigado que cometerlos? El caso Assange lo evidencia.
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Julian Assange, fundador de WikiLeaks, fue liberado tras 14 años de un encarcelamiento injusto por ejercer su labor periodística. “Soy culpable por hacer periodismo”, denunció ante el Consejo de Europa, revelando las profundas contradicciones de un sistema que castiga a quienes luchan por la transparencia. Su libertad no es completa; pagó con su salud y su derecho a la justicia por exponer la verdad sobre las guerras de Irak y Afganistán, donde las violaciones de derechos humanos fueron ocultadas al mundo.
«Me declaré culpable por buscar la verdad»: Assange desafía a las potencias que intentaron silenciarlo
Assange fue acusado de espionaje en EE.UU. por revelar crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos perpetradas bajo el manto de la seguridad nacional. “Finalmente elegí la libertad por encima de una justicia irrealizable”, confesó. Sus palabras resuenan como una advertencia sobre los peligros de una democracia que persigue a quienes alzan la voz. Las filtraciones de WikiLeaks, que mostraron el abuso de prisioneros y la muerte de civiles, marcaron un antes y un después en el periodismo de investigación, dejando claro que el derecho a informar está bajo amenaza.
A pesar de su regreso a Australia, Assange sigue enfrentando las cicatrices de años de aislamiento y tortura psicológica. “El aislamiento ha pasado factura, lo cual estoy tratando de deshacer”, confesó, haciendo alusión al trauma que aún vive. Mientras tanto, su esposa Stella y sus dos hijos luchan por reconstruir una vida que ha sido devastada por el sistema judicial británico y estadounidense. ¿Es este el precio de revelar la verdad? La historia de Assange debería sacudir las conciencias de quienes defienden los derechos humanos y la libertad de prensa.
WikiLeaks expuso crímenes de guerra, pero el mundo castiga al mensajero
Las filtraciones de WikiLeaks no solo revelaron la brutalidad de las guerras de Irak y Afganistán, sino también la profunda complicidad de los gobiernos occidentales en la ocultación de estos crímenes. Sin embargo, Assange fue condenado por hacer lo que los medios deberían hacer: informar al público. Las autoridades estadounidenses lo acusan de poner en peligro la seguridad nacional, pero ¿acaso no es más peligroso permitir que estos crímenes queden impunes? Assange se ha convertido en el símbolo de una batalla crucial entre la transparencia y el secretismo gubernamental.
Este caso representa algo más grande: el derecho del periodismo a desafiar el poder, a cuestionar las narrativas oficiales y a exponer las verdades que los gobiernos buscan ocultar. Mientras Assange se recupera, el mundo debe preguntarse: ¿a quién protege realmente la justicia? La liberación de Assange no es solo una victoria personal, sino una advertencia para quienes siguen creyendo en la importancia de un periodismo libre.
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Fuente: La Vanguardia