
El Solidario. Isabel Díaz Ayuso y su pareja, Alberto González Amador.
El Tribunal Supremo ha zanjado, al menos judicialmente, una verdad que en lo político ya era evidente: la pareja de Isabel Díaz Ayuso es un defraudador confeso.
Así lo reconoció su propio abogado en la causa penal abierta, admitiendo que Alberto González Amador le encargó negociar un pacto con la Fiscalía tras haber cometido fraude fiscal.
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Aun así, la presidenta madrileña ha intentado durante meses construir una narrativa paralela para proteger su imagen y desviar la atención del verdadero escándalo.
El alto tribunal ha respaldado además a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, quien calificó los hechos como “crítica política”, amparada por la libertad de expresión.
El fallo evidencia que los intentos de censura y victimismo por parte del entorno de Ayuso se estrellan contra los hechos. No estamos ante una campaña de acoso ni ante una conspiración: estamos ante un caso claro de evasión fiscal, reconocido por el propio implicado.
En cualquier democracia madura, el vínculo de una dirigente con un empresario que admite haber defraudado al Estado sería motivo de dimisión o al menos de explicaciones contundentes.
Pero en el Madrid gobernado por el PP, la arrogancia es la norma y la autocrítica un bien escaso. Ayuso ha preferido atacar a periodistas, insultar a ministros y deslizar teorías conspirativas antes que reconocer que su círculo íntimo no es precisamente ejemplo de integridad.
Este caso demuestra de nuevo la doble vara de medir de una derecha que exige mano dura contra los de abajo mientras se permite todos los privilegios en la cúspide. Defraudar no es una opinión ni un desliz técnico: es un ataque directo al sistema público que sostienen millones de ciudadanos con sus impuestos.
La transparencia, la ética y la rendición de cuentas no pueden depender del color político. El caso Ayuso no es una anécdota: es un síntoma del deterioro moral de una parte del poder. Y ante eso, el periodismo crítico y la sociedad civil no pueden quedarse callados.
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