¿Puede la ley ser justa si castiga el acto más humano? Elena Congost lo sufre en carne propia.
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Elena Congost, atleta paralímpica española con una carrera impecable, ha sido despojada del bronce en el maratón de París. La razón: soltar por un segundo la cuerda que la une a su guía para evitar que se cayera. El reglamento, implacable, no contempla la humanidad detrás del gesto. Lo que debía ser una celebración de su esfuerzo y sacrificio, terminó en un castigo inhumano. Una vez más, el sistema paralímpico deja al descubierto sus fallos más crueles.
“No me descalifican por hacer trampas, sino por ser persona”, confesaba entre lágrimas Elena, quien lo ha dado todo por el deporte. El artículo 7.9.5 del reglamento paralímpico exige que el atleta y su guía permanezcan siempre unidos por una cuerda. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el guía está al borde del colapso? Mia Carol, su compañero de lucha, no podía más. Muscularmente vencido, se tambaleaba y se desplomaba. En ese preciso momento, Elena, impulsada por un acto natural de humanidad, soltó la cuerda para evitarle una caída que podría haber sido grave.
¿Normas o justicia?
Elena, madre de cuatro hijos y ejemplo de superación, fue castigada por actuar con compasión, no por violar el espíritu del deporte. “Solté la cuerda para que no se fuera al suelo. No hay más”, lamenta la atleta. El maratón, que debía llevarla a su tercer podio paralímpico, se convirtió en una pesadilla. El reglamento paralímpico, en lugar de adaptarse a las realidades humanas, se aplica de forma rígida, ciega ante el sacrificio y la solidaridad.
La descalificación no solo la deja sin el bronce, sino también sin las becas y apoyos vitales para su carrera. Sin podio, no hay ayudas. Así es como las instituciones deportivas abandonan a una de sus heroínas más brillantes.
El absurdo de las reglas inhumanas
Es inadmisible que las normativas se apliquen de manera tan fría cuando la realidad es mucho más compleja. Este tipo de reglas, que deberían proteger a los atletas, terminan castigándolos cuando actúan como seres humanos. ¿De qué sirve el deporte si olvidamos que detrás de cada medalla hay una persona? Este es el tipo de injusticia que nos lleva a cuestionar la verdadera naturaleza del deporte paralímpico.
Elena Congost no solo perdió una medalla. Perdió la fe en un sistema que no protege a quienes se enfrentan a los mayores retos. Este caso expone el absurdo que sofoca la esencia del deporte: la humanidad. La pregunta es clara: ¿cuándo priorizaremos el sentido común y la compasión por encima de normas deshumanizadoras?
¿Qué opinas sobre esta injusticia? ¿Deberían revisarse las normas paralímpicas para evitar casos tan crueles como este? Comparte tu opinión en los comentarios y sé parte de la solución.
Fuente: La Vanguardia