
EFE
Mientras las grandes empresas despliegan sus campañas con banderas arcoíris, colectivos denuncian que el 28J se ha convertido en un escaparate vacío, lejos de su esencia reivindicativa y combativa.
El Orgullo LGTBIQ+, que nació como una protesta contra la opresión, hoy es aprovechado por multinacionales y partidos políticos para lavar su imagen. Marcas que no tienen políticas reales de diversidad lanzan colecciones «limited edition» con los colores del arcoíris, mientras financian a partidos que votan contra los derechos LGTBIQ+.
Organizaciones como FELGTB y Arcópoli alertan: «No nos sirven los pinkwashing de junio si en enero recortan ayudas a asociaciones». El caso más flagrante: bancos que cuelgan la bandera LGTBIQ+ mientras financian proyectos en países donde la homosexualidad es perseguida.
Pero hay alternativas. Colectivos exigen un Orgullo crítico, que priorice las luchas pendientes: mayores tasas de LGTBIfobia, derechos trans y migrantes. La reflexión es clara: la diversidad no es un producto, sino un derecho. ¿Recuperaremos el espíritu de Stonewall o seguiremos vendiéndolo al mejor postor?
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