
Reuters/El Solidario. Manifestaciones en Estados Unidos por su política migratoria.
Por primera vez, Donald Trump admite públicamente que su política migratoria agresiva tiene efectos negativos para la economía estadounidense. Pero no lo hace movido por la compasión o por reconocer derechos humanos: lo hace porque los grandes empresarios agrícolas han levantado la voz.
“Están quitando excelentes trabajadores con amplia experiencia”, dijo el expresidente en un mitin reciente. El mensaje es claro: si el capital sufre, se reconsideran las políticas.
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La hipocresía de la ultraderecha estadounidense se vuelve a exhibir sin disimulo. Mientras Trump construyó su carrera política estigmatizando a la población migrante, acusándola de delincuencia y de “invadir” el país, ahora admite que son fundamentales para sectores como el agrícola, donde el trabajo precario y mal remunerado recae casi siempre sobre personas migrantes. Cuando los campos se quedan sin manos que recojan la cosecha, se tambalean los discursos de odio.
Esta admisión no supone un giro humanitario, sino un ajuste cínico ante los intereses de las élites económicas. Según el medios estadounidenses, asesores cercanos al republicano ya trabajan en medidas que alivien las restricciones… pero solo en sectores estratégicos y bajo condiciones de explotación. Es decir, mano de obra sin derechos, pero útil para el mercado.
El problema de fondo es estructural: en lugar de construir una política migratoria basada en los derechos humanos y en la integración, se sigue reforzando un modelo racista, utilitarista y clasista. Y lo más preocupante es que el Partido Demócrata tampoco ha sido capaz de ofrecer una alternativa verdaderamente progresista.
La explotación de los migrantes ha sido históricamente funcional para el sistema capitalista. Lo que cambia con Trump es la desvergüenza: reconoce que los necesita, pero no los respeta.
Ningún trabajador es ilegal, y quien levanta un país desde el surco, la fábrica o la cocina, merece todos los derechos. No basta con permitir que entren: hay que garantizarles dignidad, justicia y ciudadanía. Esa es la batalla que aún está por librarse.
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