
El Solidario. Donald Trump, presidente republicano de Estados Unidos.
La última ofensiva autoritaria de Donald Trump confirma que no estamos ante un político más, sino frente a un peligro real para la democracia estadounidense. En su cruzada populista, el magnate convertido en líder ultraderechista ha iniciado una campaña coordinada contra los jueces, las universidades, los migrantes, la libertad de expresión y cualquier espacio institucional que no se pliegue a su voluntad.
Trump ataca a Harvard por su apoyo a la diversidad y persigue a estudiantes y académicos que cuestionan su ideología. Simultáneamente, impulsa deportaciones sin proceso judicial y califica de “enemigos del pueblo” a jueces que no fallan a su favor, incluso a aquellos nombrados por su propia administración.
La independencia judicial, piedra angular del Estado de derecho, es ahora blanco directo del autoritarismo trumpista.
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En redes sociales, su discurso se ha vuelto aún más peligroso: acusa sin pruebas, señala a periodistas, alimenta teorías conspirativas y amenaza a quienes se atreven a discrepar.
Todo esto mientras promete endurecer la represión a las protestas, tratando a la movilización ciudadana como si se tratara de una amenaza interna. La represión ya no es una posibilidad lejana: es un programa político explícito.
Este represivo escenario no es una exageración progresista. Es un retroceso histórico que recuerda a los métodos del fascismo clásico: concentración de poder, señalamiento de minorías, desinformación sistemática y supresión de voces críticas. Trump no busca gobernar, busca dominar.
Y lo más alarmante es que su deriva autocrática no es frenada por su partido, sino alentada por el Partido Republicano, cada vez más subordinado al culto a su figura. Estados Unidos, que tanto presume de ser faro de las libertades, se desliza hacia una autocracia posmoderna que se enmascara con símbolos patrióticos.
Frente a este abismo, los sectores progresistas, dentro y fuera de EE.UU., debemos alzar la voz. Porque lo que hoy ocurre en Washington puede repetirse mañana en cualquier otra capital del mundo. Callar ahora es complicidad.
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