
Fuente:Deia
Tenía 38 años. Era profesor de matemáticas. El 17 de mayo de 1977, Francisco Javier Núñez acudió al juzgado de Bilbao para denunciar lo que le había ocurrido dos días antes: una paliza brutal a manos de la policía antidisturbios. No estaba en una barricada ni portaba una pancarta. Bajaba a por el periódico con su hija de tres años cuando fue acorralado por dos agentes que comenzaron a golpearle sin mediar palabra. Le golpearon en plena calle y también dentro de un portal.
Cuando salió del juzgado, le estaban esperando. Dos policías fuera de servicio —presuntamente los mismos que lo habían apaleado— lo obligaron a subir a una furgoneta. Lo torturaron salvajemente, le metieron un embudo en la boca y le obligaron, a punta de pistola, a beber una botella de coñac y otra entera de aceite de ricino. Su cuerpo no resistió.
Ingresó en el hospital destrozado: el esófago, el estómago, el hígado… nada funcionaba. Agonizó durante 13 días hasta que murió, solo, reventado por dentro. Nadie fue juzgado. Nadie pagó. El crimen quedó oculto bajo el miedo, las amenazas y el pacto de silencio de la famosa “Transición modélica”.
Tuvieron que pasar 35 años para que, en 2012, el Gobierno Vasco lo reconociera oficialmente como víctima de la violencia policial. Fue gracias a la lucha incansable de su hija, Inés. Pero los asesinos siguen libres. Y el dolor, intacto.
¿De verdad aún nos preguntamos por qué se grita “no son casos aislados”? ¿Por qué hay gente que no confía en la policía? Porque historias como la de Francisco Javier no se han contado lo suficiente. Y porque la justicia, aún hoy, sigue llegando tarde. O no llega.
Síguenos en nuestras redes sociales @elsolidariorg / X: @X_ElSolidario y en nuestro canal de Whatsapp El Solidario; Instagram: @elsolidariorg TikTok: @elsolidarionews; Facebook: @ElSolidario
TE PUEDE INTERESAR: