
Sikaina Myanmar luego del terremoto / Toma Ciclicidad_climática / El Solidario
La tragedia vuelve a golpear a Myanmar, un país asfixiado por la guerra civil, la represión y el abandono internacional. El terremoto de magnitud 7,7 que sacudió el sudeste asiático el 28 de marzo ha dejado un rastro de muerte y devastación, ensañándose especialmente con una nación ya debilitada por años de conflicto.
Miles de personas han muerto, resultaron heridas o siguen desaparecidas, mientras la población lucha por sobrevivir en un país donde la ayuda humanitaria es escasa y la violencia del régimen militar impide una respuesta efectiva.
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El epicentro del desastre no es solo geológico, sino también político y social. Desde el golpe de Estado de 2021, Myanmar se ha convertido en un escenario de brutal represión.
La junta militar, liderada por Min Aung Hlaing, ha sofocado cualquier atisbo de resistencia con bombardeos indiscriminados y persecución sistemática de la oposición.
En medio de la tragedia y la represión militar, el terremoto no solo ha destruido infraestructuras y cobrado vidas, sino que ha agravado aún más la crisis humanitaria, dejando a millones sin acceso a atención médica, agua potable y alimentos.
El desastre natural pone en evidencia la falta de respuestas por parte de la comunidad internacional. Mientras gobiernos y organismos multilaterales condenan con palabras la dictadura en Myanmar, la ayuda sigue sin llegar. La ONU y las organizaciones humanitarias se enfrentan a restricciones impuestas por el régimen, que usa la catástrofe como herramienta de control y represión.
Las minorías étnicas, que ya sufrían la violencia del régimen, están entre las más afectadas. Regiones como el estado de Rakhine, donde los rohingya han sido perseguidos sistemáticamente, ahora enfrentan el colapso total de sus comunidades.
El sufrimiento de estas poblaciones demuestra la hipocresía de la comunidad internacional, que sigue sin actuar con contundencia ante las atrocidades cometidas por la junta militar.
Este terremoto no solo es un desastre natural, sino un nuevo golpe a un país al borde del colapso. Si Myanmar sigue siendo ignorado por el mundo, su gente continuará atrapada entre la brutalidad del régimen y la indiferencia global.
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