
Mujeres indígenas. Archivo: El Solidario
Mientras las grandes corporaciones convierten cada gota de agua en una oportunidad de negocio, los pueblos indígenas siguen defendiendo algo que parece olvidado en la lógica del mercado: el agua es vida, no una mercancía. Sus comunidades, muchas veces arrinconadas por siglos de colonialismo y despojo, nos están recordando que cuidar el agua es cuidar a la humanidad entera.
No es casualidad que sean precisamente estas comunidades, históricamente marginadas, quienes mejor comprenden el valor real del agua. Para ellas, el agua no es solo un recurso, es un ser vivo con el que se convive, al que se respeta y se protege. Frente a un modelo económico que todo lo convierte en cifra, propiedad o bien especulativo, los pueblos originarios ofrecen una forma radicalmente distinta de entender la gestión del agua como bien común.
Mientras tanto, en el mundo industrializado, se especula con el agua en los mercados de futuros, se privatizan acuíferos y se permite que empresas multinacionales saqueen ríos y embalses. Y todo, mientras millones de personas carecen de acceso básico a este derecho humano. El contraste es tan brutal como evidente: quienes menos contaminan, quienes menos consumen, son quienes mejor conservan.
En un momento de crisis climática, de sequías cada vez más largas y escasez hídrica, la solución no va a venir de más capitalismo verde ni de fondos buitre invirtiendo en embalses. La respuesta ya existe y la tienen quienes han vivido en equilibrio con la tierra durante siglos. Escuchar a los pueblos indígenas no es un gesto simbólico. Es una urgencia.
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