
EFE EL Solidario
El movimiento LGTB nació como una lucha contra la opresión y la discriminación, pero con el tiempo ha sido absorbido por el capitalismo rosa. Lo que antes era un grito de resistencia se ha convertido en una estrategia de marketing para grandes empresas, diluyendo su mensaje original en un espectáculo de consumo y superficialidad.
El 28 de junio de 1969, la revuelta de Stonewall Inn marcó un antes y un después en la lucha por los derechos LGTB. Durante días, la comunidad se enfrentó a la represión policial en un acto de resistencia que dio origen a las primeras marchas del Orgullo. Aquellas protestas exigían despenalización, igualdad y visibilidad, convirtiéndose en un hito del activismo global.
Sin embargo, con el paso de los años, el Orgullo LGTB ha pasado de ser una manifestación política a un evento comercial. Empresas y gobiernos han adoptado el pinkwashing, apropiándose del movimiento para proyectar una imagen inclusiva mientras ignoran las demandas reales del colectivo.
Marcas de moda, bancos y multinacionales despliegan la bandera arcoíris en junio, pero pocas mantienen su compromiso más allá del mes del Orgullo.
El impacto de esta comercialización es claro: las reivindicaciones estructurales, como el fin de la violencia contra las personas trans, la discriminación laboral o la desigualdad en derechos, quedan en segundo plano.
Mientras tanto, las marchas se llenan de carrozas patrocinadas, productos temáticos y campañas de marketing, alejándose del espíritu de lucha que dio origen al movimiento.
Recuperar el legado de Stonewall significa devolverle su carácter combativo. El Orgullo no es solo una fiesta, sino una herramienta de transformación social. La verdadera igualdad no se compra: se conquista con activismo, memoria y resistencia.
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