
El Solidario. En pleno siglo XXI, millones de personas LGBTIQ+ siguen siendo perseguidas, agredidas y silenciadas por el simple hecho de existir.
La discriminación LGBTIQ+ no es un fenómeno aislado ni del pasado. En pleno 2025, millones de personas LGBTIQ+ en todo el mundo siguen siendo víctimas de violencia, exclusión y discursos de odio, solo por existir.
Así lo denunció esta semana el secretario general de la ONU, António Guterres, al recordar que en más de 60 países las relaciones entre personas del mismo sexo siguen criminalizadas, y en al menos 12, pueden castigarse con la pena de muerte.
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No hablamos solo de leyes retrógradas, sino de vidas humanas puestas en riesgo cada día por discursos políticos que legitiman la intolerancia y políticas públicas que niegan derechos básicos. Desde Europa hasta América Latina, los sectores reaccionarios utilizan la moral conservadora como arma de destrucción social para dividir, estigmatizar y silenciar a una parte de la población históricamente marginada.
Con esta realidad, el activismo LGBTIQ+ se convierte en un acto de valentía. También lo es el compromiso de los gobiernos que deciden avanzar en legislaciones inclusivas, educación en diversidad y políticas públicas de reparación y protección.
Pero no basta con gestos simbólicos cada 17 de mayo. La lucha por los derechos LGBTIQ+ exige compromisos materiales y urgentes, porque el odio no descansa, y sus consecuencias, desde las agresiones físicas hasta el suicidio, son devastadoras.
El silencio de muchas democracias ante esta persecución es cómplice. El auge de los discursos ultraconservadores en las instituciones amenaza derechos conquistados y obliga a los movimientos sociales a redoblar la presión y la organización.
Los derechos LGBTIQ+ son derechos humanos. No están sujetos a consulta, negociación ni a caprichos ideológicos. Es hora de que la comunidad internacional actúe con la contundencia que exige la emergencia: proteger vidas, garantizar igualdad y desmontar el entramado legal y cultural que alimenta la violencia.
Porque el amor no mata. El odio, sí.
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