En un rincón oscuro de nuestra sociedad, el abuso infantil sigue siendo una realidad devastadora, sostenida no solo por los perpetradores, sino por el silencio que les permite actuar impunemente. El miedo, la vergüenza y la indiferencia colectiva son factores que ayudan a que este ciclo de violencia continúe.
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Según cifras recientes, más del 60% de los abusos infantiles no son denunciados, un dato que revela una desconexión entre el sufrimiento de las víctimas y la acción de la sociedad. Nos encontramos ante una sociedad que no atiende a la seguridad de los menores, por estrés, por elevada ocupación laboral o mental y no deja ver el trasfondo de lo que sucede a nuestro alrededor.
Detrás de cada caso, hay niños y niñas que cargan con un trauma psicológico que puede marcarles de por vida. Para muchos, el silencio no es más que el resultado de amenazas directas de los abusadores o de un entorno familiar y social que no les brinda la confianza para hablar. Es más, la mayoría de abusos proviene de familiares muy cercanos, los cuales tienen la total confianza de los progenitores y del niño, y actúan como «juegos en secreto», en los cuales el menor no es consciente de que se está ejecutando una violación de su intimidad.
Cada silencio es un eco que protege al agresor y revictimiza al menor.
Sin embargo, romper este ciclo es posible. Especialistas subrayan la importancia de crear espacios seguros para que los niños puedan hablar sin miedo a ser juzgados. La educación sexual temprana y la sensibilización en escuelas y comunidades son herramientas esenciales para empoderar a los menores y alertar a los adultos sobre cómo identificar señales de abuso.
El primer paso es escuchar con empatía y sin prejuicios. Una confesión que se ignora es una oportunidad perdida para salvar a una vida, según expertos. En un mundo donde la denuncia puede ser un acto de salvación, la sociedad tiene el deber moral de abandonar el silencio y alzar la voz por quienes no pueden hacerlo, sin ningún tipo de represalias ni indiferencia.
Las mejores armas para erradicar esta problemática es la educación, ofrecer la confianza necesaria, y alzar la voz contra este tipo de personas. Cuidar de nuestros menores, está en nuestras manos.
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