Detrás de la imagen de rectitud y espiritualidad que proyectan algunos miembros del clero, se esconden a veces los instintos más bajos y repudiables. Así lo revela el terrible caso de abusos sexuales perpetrados por el sacerdote Alberto P.R. en la ciudad de Madrid.
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Bajo la apariencia de llevar a cabo rituales de exorcismo, este hombre se aprovechó de la vulnerabilidad de varias mujeres para someterlas a vejaciones y humillaciones sexuales, alegando que estaban poseídas por el demonio.
«Les decía que el demonio estaba en sus vaginas», declaró una de las víctimas, describiendo el modus operandi de este depredador con sotana. Utilizando su posición de autoridad espiritual, convencía a estas mujeres de que debían permitirle realizar actos invasivos en sus partes íntimas para «expulsar al maligno».
Los aberrantes abusos se prolongaron durante años hasta que una de las afectadas reunió el valor para denunciarlos, destapando así la doble vida de este lobo con piel de cordero. Pese a la gravedad de los hechos, la institución eclesiástica optó por el silencio y la protección del victimario, hasta que la justicia finalmente intervino.
El juicio a Alberto P.R. ha puesto al descubierto cómo, amparándose en la fe, algunos individuos sin escrúpulos se aprovechan de personas vulnerables para saciar sus bajos instintos. Y cómo a veces, las propias instituciones religiosas optan por mirar hacia otro lado en lugar de denunciar y condenar estos crímenes.
Queda un largo camino por recorrer para erradicar por completo los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Pero casos como este envían un mensaje claro: ningún cargo ni sotana pueden servir de escudo para perpetrar vejaciones contra mujeres indefensas. La justicia llegará, tarde o temprano.
FUENTE: diario.es