
Imagen: elblogdetubebe.com: El Solidario. Baja de maternidad
Convertir el cuerpo de una mujer en un servicio es la forma más perversa de mercantilizar la vida. La llamada “maternidad subrogada”, o como debería nombrarse sin eufemismos, “maternidad en alquiler”, no es otra cosa que la compra de un proceso biológico con todos los ingredientes del capitalismo salvaje: dinero, poder, desigualdad y explotación.
Mientras algunos defienden esta práctica como un “acto de generosidad”, la realidad es que en la inmensa mayoría de los casos las mujeres que gestan para otros lo hacen por necesidad económica, no por vocación altruista. Y si hay necesidad y dinero de por medio, entonces no hay libertad real, sino coacción estructural. Alquilar un útero no es diferente a alquilar la vida entera de alguien vulnerable.
El debate se ha reactivado en España tras el intento de ciertos sectores por normalizar la subrogación con un discurso liberal y emocional. Pero lo que está en juego no es un deseo legítimo de tener hijos, sino si estamos dispuestos como sociedad a permitir que el deseo de unos se imponga sobre el cuerpo de otras. Es también una cuestión de clase: los que alquilan son los ricos; las que se alquilan, las pobres.
Desde una perspectiva feminista y de derechos humanos, no hay justificación ética que sostenga esta práctica. Los cuerpos no son contenedores, la dignidad no se arrienda, la maternidad no se compra. Una sociedad justa protege a las mujeres, no permite que se conviertan en instrumentos reproductivos.
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