
Fuente: Clarin
En un mundo marcado por guerras, desigualdad y discursos de odio, el Papa Francisco se alzó como una de las pocas voces globales que nunca tembló al defender la dignidad humana por encima del poder, la justicia por encima de la diplomacia, y la paz por encima de los intereses económicos. Su figura trasciende el ámbito religioso: ha sido un faro moral para quienes creen en un mundo más justo.
En 2019, durante una visita histórica al Vaticano de los líderes de Sudán del Sur, Francisco se arrodilló y besó los pies del presidente y de los líderes de la oposición, rogándoles que pusieran fin a la guerra civil. En 2023, viajó a Yuba para repetir su mensaje con firmeza: “Basta ya de sangre derramada”. No fue un gesto simbólico, fue un grito desesperado por la paz y la vida en uno de los países más olvidados del planeta.
Francisco también defendió el derecho de las personas migrantes a vivir con dignidad, denunció el racismo, el colonialismo y el extractivismo en América Latina, y tendió puentes hacia la comunidad LGTBI dentro de una institución que durante siglos solo ofreció rechazo. En tiempos en los que la extrema derecha crece al calor del miedo y el odio, su voz fue un antídoto de humanidad.
Hoy, ante un futuro incierto en el Vaticano, todo indica que vendrá alguien con una agenda contraria: más conservadora, más silenciosa, menos comprometida. Por eso, toca rendir homenaje a un Papa que abrazó a los excluidos, que no tuvo miedo de incomodar al poder y que vivió el Evangelio desde la coherencia más revolucionaria: la del amor a los últimos.
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