Un mes después de la DANA, la comunidad se recupera entre calles limpias, corazones rotos y el peso de la desidia institucional
Fausto 
Archivo/El Solidario. La "zona cero" se enfrenta ahora a la reconstrucción, no solo de espacios, sino también de vidas marcadas por la desesperanza y el agotamiento.
Un mes después de las devastadoras inundaciones del 29 de octubre en la Comunidad Valenciana, la aparente calma de las calles no refleja el drama que viven puertas adentro los vecinos.
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Aunque el barro ya no se adueña del paisaje, las heridas son profundas: viviendas destruidas, enseres irrecuperables, seres queridos que ya no están y, sobre todo, una sen nación de abandono que cala más hondo que el agua.
La «zona cero» se enfrenta ahora a la reconstrucción, no solo de espacios, sino también de vidas marcadas por la desesperanza y el agotamiento.
Los relatos de quienes lo han perdido todo reflejan el cansancio de la burocracia y la falta de respuestas contundentes por parte de las administraciones. Si bien las ayudas y medidas anunciadas, como los permisos climáticos y subvenciones, representan un alivio necesario, no han llegado al ritmo que exigen las circunstancias.
El trauma después de la tragedia
La «nueva normalidad» para muchas familias incluye convivir con el trauma y la incertidumbre de si volverán a sufrir el mismo destino ante un futuro evento climático.
Sin embargo, entre tanto desamparo, emerge un rayo de luz: la solidaridad comunitaria. Los vecinos han redescubierto el poder del apoyo mutuo, la fuerza de un tejido social que, en ausencia de respuestas oficiales inmediatas, ha demostrado ser el verdadero salvavidas.
Es un recordatorio de que el cambio comienza desde abajo, aunque sin un respaldo institucional firme, esta resiliencia tiene un límite.
La crisis climática está aquí, y fenómenos como la DANA son una advertencia urgente. ¿Cómo puede un país que aspira a liderar la transición ecológica en Europa permitir que las víctimas de estas catástrofes enfrenten solas las consecuencias?
Mientras las autoridades no prioricen una infraestructura resiliente, planes de emergencia eficaces y respuestas rápidas, estos dramas seguirán repitiéndose.
La pregunta es: ¿esperaremos al próximo desastre para actuar, o aprenderemos de esta tragedia para construir un futuro más justo y sostenible?
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