
El Solidario. Aumentaron los desahucios en España en 2024.
Las cifras duelen: 27.564 desahucios en 2024, un 3,4% más que el año anterior. Las ejecuciones hipotecarias, tras tres años de tímido descenso, repuntaron un brutal 9,8%. Detrás de estos números hay 27.564 dramas humanos, historias de vidas rotas por un sistema que protege más los balances bancarios que el derecho a la vivienda. Mientras el Gobierno presume de crecimiento económico, el suelo que pisan miles de familias sigue siendo inestable como la arena de una playa ante la marea alta.
Los datos del Consejo General del Poder Judicial no mienten: la crisis habitacional no ha terminado, solo se ha maquillado. Bancos y fondos buitre, con la complicidad de una legislación insuficiente, siguen convirtiendo hipotecas en peldaños de su escalera al beneficio.
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¿Cómo puede ser que en un país con más de 3 millones de viviendas vacías, miles de personas duerman cada noche con el miedo a un llamamiento judicial? La paradoja es obscena, como un banquero llorando pobreza desde su yate.
El Ministerio de Derechos Sociales ha implementado medidas de protección, pero son parches en una herida abierta. Según El Diario.es, el 75% de los desahucios son por impago de alquiler, una realidad que evidencia la burbuja especulativa en el mercado inmobiliario. Los alquileres se disparan, los salarios se estancan y los desalojos se multiplican. Mientras, la banca, rescatada con dinero público en 2008, sigue actuando como un casino donde las fichas son pisos y las ruletas, juzgados.
La solución no es caridad, sino justicia: leyes que prohíban los desahucios sin alternativa habitacional, control real de los alquileres y expropiación de viviendas vacías para uso social. Porque una sociedad que permite que los bancos jueguen al Monopoly con vidas humanas no es una sociedad, es una jungla con corbata.
Mientras tanto, cada martes en los juzgados se repite la misma tragedia: familias con maletas, niños llorando y cerraduras cambiadas. Y los bancos, como siempre, contando beneficios. El capitalismo no tiene alma, pero debería tener límites.
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