
Archivo: el solidario dando voz a los que no al tienen
El gobierno italiano ha aprobado una reforma que limita el acceso a la nacionalidad por derecho de sangre (Ius Sanguinis) exclusivamente a los descendientes directos hasta la segunda generación, es decir, hijos o nietos de ciudadanos nacidos en Italia. Esta medida afecta especialmente a millones de personas en América Latina, particularmente en Argentina y Brasil, que mantenían un vínculo cultural y familiar con Italia.
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La nueva legislación establece que, para solicitar la ciudadanía italiana, es imprescindible tener un progenitor o abuelo nacido en Italia. Anteriormente, era suficiente demostrar la ascendencia hasta bisabuelos o tatarabuelos.
Además, se exigirá a los ciudadanos naturalizados mantener «lazos reales» con Italia, ejerciendo derechos y deberes ciudadanos al menos una vez cada 25 años, aunque los detalles específicos aún no han sido precisados.
El ministro de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, justificó la medida argumentando la necesidad de evitar abusos y la «comercialización» de los pasaportes italianos.
Sin embargo, esta decisión ha generado preocupación entre las comunidades de descendientes de italianos en el extranjero, quienes ven en esta restricción un obstáculo para mantener y fortalecer sus lazos con la tierra de sus ancestros.
En países como Argentina, donde reside una de las comunidades de descendientes de italianos más numerosas, las solicitudes de ciudadanía italiana han sido significativas.
Según datos oficiales, en 2023, alrededor de 20.000 argentinos obtuvieron la nacionalidad italiana por derecho de sangre, y se esperaba que en 2024 esta cifra alcanzara los 30.000.
Esta reforma representa un retroceso en términos de inclusión y reconocimiento cultural. Limitar el acceso a la ciudadanía italiana a solo dos generaciones desconoce la realidad de millones de personas que, aunque distantes en generaciones, mantienen viva la cultura, las tradiciones y los valores italianos en sus países de residencia.
Es esencial que las políticas migratorias y de nacionalidad reflejen los valores de apertura y reconocimiento de la diversidad cultural que han caracterizado históricamente a Italia.
La riqueza de una nación se nutre de sus raíces y de la capacidad de integrar y valorar a todos aquellos que, independientemente de la distancia generacional, se sienten parte de su identidad.
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