Los líderes de la ultraderecha internacional han comenzado a organizarse para expandir su influencia a nivel global, como han demostrado recientes encuentros y declaraciones.
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Figuras como Javier Milei, presidente de Argentina, insisten en que “el mal organizado se vence mediante la organización de los buenos”, marcando una agenda que busca fortalecer los lazos entre movimientos ultraconservadores.
Sin embargo, según analistas, sus profundas discrepancias ideológicas y tácticas internas podrían convertirse en su mayor debilidad. Parece, por momentos, que ellos mismos estuvieran planeando su autodestrucción.
Este movimiento, que une a líderes de países como Argentina, Italia, Hungría o Estados Unidos, comparte un objetivo común: debilitar los valores democráticos, recortar derechos sociales y promover un discurso de odio que divide a las sociedades. Bajo un aparente paraguas de cooperación global, la ultraderecha persigue revertir avances en igualdad de género, derechos humanos y justicia climática.
Pero ¿qué los detiene? Sus propias contradicciones. Aunque comparten discursos nacionalistas y antidemocráticos, las tensiones internas sobre estrategias, prioridades e identidades nacionales hacen que esta alianza sea frágil. Los intereses de un líder como Milei, defensor del ultraliberalismo económico, pueden chocar con el proteccionismo de otros líderes europeos. Además, la falta de un programa común sólido dificulta la implementación de su agenda.
Sin embargo, no podemos subestimar esta amenaza. La ultraderecha aprovecha el descontento social, la desinformación y las crisis económicas para expandir su narrativa. Las democracias progresistas deben responder con una agenda que una a las sociedades, refuerce la justicia social y promueva la educación como herramienta contra el odio.
En este contexto, la ciudadanía tiene un papel fundamental. Frente a un movimiento que busca polarizar y excluir, debemos optar por la solidaridad y el diálogo como armas para contrarrestar su avance. El mundo no necesita más fronteras ni líderes que alimenten el miedo, sino más cooperación y esperanza.
La pregunta es clara: ¿permitiremos que los discursos de odio y exclusión sigan ganando terreno, o construiremos una sociedad basada en la igualdad, la justicia y el respeto mutuo? La respuesta depende de todos nosotros.
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