
EL Solidario. La ultraderecha desarrolla una cruzada para ideologización de las universidades.
El asalto a las universidades por parte de la extrema derecha, encabezado por Donald Trump en Estados Unidos, no es un fenómeno aislado ni una simple anécdota electoral.
Es el síntoma de una estrategia global, cuidadosamente planificada, para convertir los espacios del saber en trincheras de su «batalla cultural». En Europa, esta agenda reaccionaria se replica con fuerza, y España no es la excepción.
Según revela el medio Público, expertos en educación y política alertan sobre el avance de la ultraderecha en el ámbito universitario, con especial preocupación por lo que ocurre en la universidad pública madrileña, donde el gobierno de Isabel Díaz Ayuso actúa como una pieza clave en esta maquinaria ideológica.
No se trata solo de discursos aislados: hay recortes, censura encubierta, persecución del pensamiento crítico y promoción de fundaciones de dudosa imparcialidad académica.
La figura de Trump emerge como inspiración directa de esta ofensiva: en su mandato atacó la libertad de cátedra, impulsó leyes para limitar el debate sobre racismo estructural y sexismo, y presionó para imponer una visión ultraconservadora de la historia y la sociedad.
Esa misma lógica empieza a cuajar en Europa, con partidos como Vox, Fratelli d’Italia o Fidesz, todos promotores del mismo revisionismo cultural.
La universidad debe ser un bastión del pensamiento libre, diverso y plural, no una fábrica de dogmas al servicio del poder. Resulta alarmante que se intente convertir a las aulas en espacios hostiles para quienes defienden los derechos humanos, la memoria histórica o la justicia social.
Ante este panorama, es imprescindible una defensa firme de la educación pública, científica y democrática. No podemos permitir que los centros del saber se transformen en laboratorios de odio.
Es responsabilidad de toda la sociedad –profesores, estudiantes y ciudadanía crítica, plantar cara al avance de la intolerancia, y reivindicar el valor de la universidad como motor de transformación social, no como herramienta de dominación ideológica.
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