
Tomada de Computer Hoy: La electricidad sigue siendo un bien escaso para el 11% de la población mundial
En pleno siglo XXI, cuando los discursos institucionales hablan de transición ecológica y digitalización, la realidad para millones de personas en el Estado español es que no pueden encender la calefacción en invierno ni el ventilador en verano. La pobreza energética se ha convertido en una emergencia social, y los datos no dejan lugar a dudas: ha aumentado un 196% desde 2008, según el último informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza (EAPN).
Este fenómeno no es nuevo, pero sí más grave que nunca. Las causas son múltiples: precariedad laboral, inflación, desigualdad social y un mercado energético dominado por grandes compañías que priorizan beneficios por encima de derechos.
La liberalización del sector eléctrico no ha traído competencia real ni mejores precios, sino subidas constantes que golpean con más dureza a quienes menos tienen. El acceso a la energía, un derecho básico, se ha convertido en un lujo para muchas familias.
Mientras tanto, el Estado responde con parches: bonos sociales insuficientes, ayudas limitadas y una falta de voluntad real para intervenir los precios o impulsar un modelo energético justo y público. El capitalismo verde no sirve si deja a la clase trabajadora en la oscuridad.
Este incremento brutal de la pobreza energética es solo un síntoma de una enfermedad más profunda: un modelo económico que margina, empobrece y descarta.
La energía no puede seguir siendo un negocio para unos pocos mientras millones se congelan en sus casas. Urge un giro estructural, una apuesta clara por una transición justa que ponga en el centro la vida y los derechos humanos.
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