
La crisis interna que atraviesa el PSOE tras el escándalo del ‘caso Koldo’ y la dimisión de Santos Cerdán ha sacudido también la confianza de sus socios parlamentarios, que, si bien no contemplan una moción de censura, sí lanzan un mensaje claro: el Gobierno de coalición no puede sostenerse únicamente sobre la amenaza de la derecha.
Desde Sumar, ERC, Bildu, el BNG y otras fuerzas progresistas, la respuesta ha sido unánime: el presidente debe ofrecer más que advertencias y retórica.
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Pedro Sánchez ha defendido estos días que “entregar el poder al PP y Vox sería una irresponsabilidad”. Y tiene razón. Pero no basta con el argumento del mal menor para sostener una mayoría de investidura que nació con vocación transformadora.
El desgaste del PSOE por la corrupción en su entorno más próximo exige explicaciones claras, autocrítica real y, sobre todo, un impulso renovado del proyecto progresista que prometió mejorar la vida de las mayorías sociales.
Los socios de la izquierda plurinacional no están pidiendo milagros. Están exigiendo coherencia. Que el PSOE deje de parapetarse tras la amenaza ultraderechista y asuma que gobernar con aliados implica diálogo, transparencia y políticas ambiciosas.
Como ha dicho Gabriel Rufián, “no se puede llamar a cerrar filas cuando no se abren las ventanas”. Y es que una coalición no es un salvavidas, es un proyecto político compartido.
Si el Gobierno quiere sobrevivir políticamente y mantener a flote su mayoría, debe pasar del discurso de la resistencia al discurso de la esperanza. Volver a hablar de derechos, de justicia fiscal, de vivienda, de cuidados.
No basta con señalar que Vox es peor. Hay que demostrar que la izquierda puede hacerlo mejor. Porque si no, el descontento no se traducirá en fidelidad, sino en abstención o en ruptura. Y ahí es donde la derecha siempre gana.
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