El alquiler no solo vacía los bolsillos, también destruye la salud mental y física de miles de personas, ¿quién va a detener esto?
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El encarecimiento del alquiler está llevando a miles de personas al límite. Lo que antes era un derecho básico se ha convertido en una fuente de sufrimiento diario. La ansiedad por no poder pagar la renta, el miedo constante al desahucio y la inestabilidad habitacional están afectando directamente a la salud mental y física de quienes apenas llegan a fin de mes. Mientras las políticas públicas miran hacia otro lado, las personas más vulnerables están pagando un precio demasiado alto: su bienestar y su salud.
El alquiler y la salud: una relación insostenible
El impacto del alquiler abusivo va más allá de la economía doméstica. “La presión por encontrar una vivienda asequible está causando un daño irreparable a la salud mental de miles de personas”, advierte Alejandro Inurrieta, experto en vivienda. Los datos revelan un aumento de trastornos como la ansiedad y la depresión entre quienes enfrentan la precariedad habitacional. La sensación de inseguridad constante, sumada a la incertidumbre de no saber si el próximo mes se podrá pagar la renta, está desmoronando la estabilidad emocional de una parte importante de la población.
Pero el problema no es solo psicológico. El estrés crónico que genera esta situación también afecta la salud física. El insomnio, los problemas cardiovasculares y otros trastornos derivados de la tensión acumulada se están convirtiendo en un común denominador entre quienes luchan por mantenerse a flote. La vivienda, un derecho recogido en la Constitución, se ha convertido en una amenaza para la salud de miles de familias que, sin embargo, siguen sin recibir el apoyo necesario.
La brecha social se agranda: un sistema injusto
Las consecuencias de esta crisis no afectan a todos por igual. Las familias con menos recursos están siendo arrastradas hacia la exclusión social, mientras que aquellos que pueden pagar siguen viviendo sin preocuparse por las consecuencias. “El acceso a una vivienda digna se está convirtiendo en un privilegio para unos pocos”, denuncia Inurrieta. Esta realidad está generando una brecha cada vez más amplia entre quienes pueden pagar alquileres abusivos y quienes deben elegir entre comer o tener un techo sobre sus cabezas.
Además, la especulación inmobiliaria sigue empujando los precios al alza, con un impacto devastador en la población más vulnerable. La falta de regulaciones efectivas solo alimenta esta dinámica de desigualdad, donde los más ricos siguen acumulando propiedades y los más pobres apenas sobreviven. ¿Hasta cuándo se va a permitir que el mercado inmobiliario juegue con la vida de las personas?
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Fuente: El Salto