
Las denuncias incluyen abusos físicos, espirituales y de conciencia, así como encubrimiento de delitos y mal uso de bienes eclesiásticos. Foto: Redes sociales
Durante más de una década, el Papa Francisco intentó abrir espacios para las mujeres dentro de la Iglesia Católica. Su pontificado, aunque marcado por la prudencia institucional, dejó gestos importantes: nombró a mujeres en altos cargos vaticanos, dio voz y voto femeninos en el Sínodo y alzó la voz contra las estructuras machistas que, históricamente, han definido al clero.
Uno de los hitos fue el nombramiento de Raffaella Petrini como secretaria general del Governatorato del Vaticano, la mujer de mayor rango dentro del Estado pontificio, y el de Simona Brambilla al frente de un dicasterio. Acciones que, aunque simbólicamente potentes, no modificaron el núcleo del poder eclesial, donde las decisiones clave siguen estando en manos de hombres y donde la ordenación femenina sigue siendo un tema intocable.
Colectivos como la Revuelta de Mujeres en la Iglesia valoran estos gestos, pero insisten en que la igualdad real sigue muy lejos. Mientras Francisco abría la puerta al diálogo, muchas mujeres siguieron sufriendo en silencio abusos dentro de congregaciones, sin mecanismos claros de denuncia ni apoyo institucional.
La Iglesia avanza, pero demasiado lenta. El legado del Papa Francisco es, quizás, el de haber movido el suelo bajo los pies de una institución que parecía inamovible. Ahora, con su sucesor aún por definir, el riesgo de retrocesos está presente. Si la Iglesia desea seguir siendo relevante en el siglo XXI, tendrá que asumir de forma valiente que sin mujeres no hay futuro.
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