
El Solidario. Barones del PP en Junta Directiva
El Partido Popular se enfrenta a su propia hipocresía con respecto a los menores migrantes no acompañados. La reciente reforma de la ley para garantizar su acogida equitativa en todo el territorio ha puesto en evidencia las grietas dentro de la dirección nacional del partido.
Mientras algunos líderes autonómicos abrazan el discurso de Vox en un intercambio de favores políticos, el PP trata de mantener un equilibrio imposible entre su cara institucional y sus pactos con la extrema derecha.
El problema radica en que esta doble moral es insostenible. Mientras en el Congreso el PP no se atreve a rechazar abiertamente la iniciativa, en comunidades gobernadas por sus barones se replica el relato de criminalización y colapso promovido por Santiago Abascal.
Es evidente que la cúpula del partido no tiene un criterio propio sobre la protección de la infancia migrante y prefiere moverse según los intereses electorales y económicos de cada territorio.
Esta contradicción interna no solo deja en evidencia la falta de liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, sino que también demuestra hasta qué punto la formación está dispuesta a ceder a la agenda xenófoba de Vox.
En regiones como Andalucía y Madrid, el PP ha sido incapaz de desmarcarse de las amenazas de bloqueo presupuestario si se sigue adelante con la distribución obligatoria de menores migrantes. ¿Hasta cuándo el PP seguirá priorizando su supervivencia política sobre los derechos humanos?
Más allá del oportunismo político, lo que está en juego es la vida de cientos de niños y adolescentes que han llegado a España huyendo de la miseria y la violencia. En lugar de construir soluciones solidarias y sostenibles, la derecha prefiere alimentar el miedo y la desinformación.
Los menores no son una amenaza, sino víctimas de un sistema que los deja en el limbo mientras los partidos juegan a la aritmética parlamentaria.
La hipocresía del PP con este tema es una muestra más de su descomposición ideológica. No se puede ser un partido de gobierno y, al mismo tiempo, actuar como una franquicia de la ultraderecha. En política, la ambigüedad tiene un costo, y la historia ya ha demostrado que quienes ceden ante el odio terminan perdiendo no solo el rumbo, sino también el poder.
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