
El Solidario. La isla Combu, en Belém
Mientras Belém, una ciudad donde el 80% de la población carece de saneamiento básico, se viste de gala para recibir a 50.000 delegados climáticos, el gobierno brasileño ha decidido que la mejor manera de proteger la Amazonia es… arrasarla con una autovía. La ironía sería cómica si no fuera trágica: la cumbre del clima se prepara destruyendo lo que dice proteger, como un pirómano organizando un congreso de bomberos.
El proyecto, denunciado por The Guardian y Folha de São Paulo, atraviesa una zona protegida para facilitar el acceso de las élites internacionales a hoteles de lujo, mientras los barrios populares siguen inundándose de aguas residuales.
MUY INTERESANTE
¿Qué mejor símbolo del ecologismo neoliberal que asfaltar selva para que los expertos en sostenibilidad no manchen sus zapatos? Lula, que llegó al poder prometiendo «deforestación cero», ahora repite el guion de Bolsonaro: infraestructuras depredadoras disfrazadas de progreso.
Los datos son obscenos: según Imazon, la deforestación en la Amazonia legal aumentó un 42% en el último año. Mientras, el gobierno gasta millones en cosméticos verdes para la COP30, pero no resuelve que el 40% de los niños de Belém sufran desnutrición crónica. Prioridades perversas: antes que hospitales, autopistas; antes que escuelas, resorts climáticos.
Los movimientos sociales, como el Movimento Xingu Vivo, llevan años alertando: «No se salva la selva convirtiéndola en parque temático». Pero el mensaje no cala entre los burócratas que miden el éxito en fotos con indígenas folclóricos y canapés ecológicos.
Esta cumbre será recordada no por sus acuerdos, sino por su cinismo monumental. Cuando los jets privados aterricen en la Amazonia mutilada, quedará claro: el capitalismo verde sigue siendo capitalismo. Y como siempre, paga el pato quien menos tiene.
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