
Archivo/ELSOLIDARIO. El presidente EE.UU Donald Trump.
El gobierno federal y varios estados republicanos han lanzado una ofensiva legislativa para vetar el acceso de estudiantes indocumentados a las escuelas públicas, elevar sus tasas universitarias y convertir los campus en cazaderos de ICE. Mientras, Trump insiste en su cruzada contra la diversidad, sembrando el miedo en comunidades migrantes que ven cómo se cierra la única puerta hacia un futuro digno: la educación.
No es exageración. En Texas, proyectos de ley buscan negar matrícula a niños sin papeles, ignorando el fallo de Plyler v. Doe (1982), que garantiza ese derecho. En Florida, las universidades ya cobran tarifas desorbitadas a indocumentados, una barrera económica que huele a discriminación calculada. Y aunque Biden mantiene teóricamente las protecciones, la sombra de las redadas persiste, disuadiendo a familias de inscribir a sus hijos. El miedo es tan palpable como el polvo en la frontera.
MUY INTERESANTE
Trump, por su parte, ha convertido la xenofobia en bandera. Su retórica no solo estigmatiza a los migrantes, sino que ataca programas de acción afirmativa y diversidad, como si el conocimiento tuviera pasaporte. Quiere un país donde el aula refleje su ideario: blanco, exclusivo y empobrecido de ideas. Mientras, estados como California y Nueva York resisten, pero la brecha educativa se ensancha como una herida que no cicatriza.
Organizaciones como United We Dream denuncian que estas políticas son «una sentencia de exclusión». The Washington Post y The New York Times han documentado cómo el acoso administrativo disuade a miles. ¿Qué ganamos? Jóvenes brillantes convertidos en mano de obra barata, mientras el país se priva de su potencial.
La educación no es un privilegio: es un derecho humano. Negarla es condenar a una generación a la sombra. Y en esa oscuridad, perdemos todos.
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