
Fuente GenBeta
En un momento donde la lucha feminista sigue denunciando brechas salariales, violencia machista y sobrecarga de cuidados, emerge el fenómeno tradwife (abreviatura de “traditional wife”) como una estética romántica que maquilla la desigualdad con filtros de Instagram. Mujeres jóvenes que eligen, o dicen elegir, dejar la vida profesional para “dedicarse al hogar y al marido”, reviviendo un modelo que tantas generaciones pelearon por desmontar.
Desde una mirada superficial, este fenómeno podría parecer una expresión más de la libertad individual. Pero la realidad social nos obliga a mirar más allá del discurso fácil. ¿Puede considerarse realmente libre una elección que se produce dentro de un sistema que sigue penalizando la maternidad, invisibilizando los cuidados y promoviendo un modelo de éxito ligado al capital económico del hombre?
Lo preocupante no es que una mujer quiera cuidar de su casa, sino que se presente esa elección como aspiracional, disfrazada de “empoderamiento” cuando en muchos casos responde a dinámicas de control patriarcal o dependencia económica. Además, muchas de estas influencers construyen su vida “tradicional” mientras monetizan esa imagen en redes sociales, lo que distorsiona aún más el mensaje real.
El auge del tradwife encaja perfectamente con los discursos reaccionarios que quieren devolver a las mujeres a “su lugar”. Un retroceso encubierto bajo la estética vintage, que no es más que otra forma de domesticar la rebeldía femenina.
Porque el feminismo no obliga a nadie a vivir de una manera concreta, pero sí pelea por que todas podamos elegir desde la igualdad, no desde la precariedad ni la sumisión.
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