
Agresiones, miedo y silencio, la homofobia que persiste en el fútbol masculino / Toma del video de la canción Nunca Quise / El Solidario
Según el informe LGTBIfobia e Inclusión en el Deporte 2024, las instalaciones deportivas son el cuarto lugar donde más se denuncian delitos de odio. En especial, el fútbol masculino se configura como un espacio donde la masculinidad tóxica y los mandatos heteropatriarcales dificultan la visibilidad de deportistas LGTBIQ+.
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Desde gritos como “maricón” en las gradas hasta amenazas de muerte en redes sociales, la violencia hacia jugadores queer sigue siendo sistemática. Josh Cavallo, uno de los pocos futbolistas abiertamente homosexuales, ha denunciado agresiones constantes desde que compartió su orientación sexual. Décadas antes, el caso de Justin Fashanu, quien terminó suicidándose, evidencia los efectos devastadores del estigma.
Las federaciones deportivas, lejos de garantizar espacios seguros, suelen responder con gestos vacíos de pinkwashing, dejando sin sanción a los agresores. La presión económica también actúa como barrera: muchos jugadores temen perder contratos si se visibilizan.
Mientras tanto, el fútbol femenino ofrece una realidad distinta. Clubes como Puerto de Vallekas o Panteres Grogues han construido entornos inclusivos, donde la diversidad y la sororidad permiten que las jugadoras vivan su identidad con libertad y respeto.
Para erradicar la violencia, es urgente aplicar una perspectiva de género real en el deporte, impulsar protocolos efectivos y crear espacios seguros donde nadie tenga que esconder quién es por miedo a la exclusión. La igualdad no puede ser solo un lema, debe ser un compromiso activo.
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