
Archivo/ELSOLIDARIO. Una mujer trabajadora autónoma.
Mientras los grandes nombres del sindicalismo ocupaban las pancartas y los discursos, eran mujeres, muchas veces invisibles, las que sostenían la lucha obrera desde las casas, las fábricas y las cárceles. En la historia del movimiento sindical español hay una deuda enorme con aquellas que lo dieron todo y a quienes apenas se les ha reconocido.
Durante el franquismo, cuando la represión golpeaba con fuerza, ellas eran quienes organizaban los apoyos a los presos, cocinaban para las huelgas, escondían a los militantes, tejían redes clandestinas. Iban a las cárceles como “madrinas”, para poder visitar a los sindicalistas encarcelados sin ser detectadas. Llevaban mantas, alimentos, noticias, esperanza. Y también levantaban la voz en las calles, con hijos en brazos, plantando cara a la policía.
Estas mujeres no solo fueron pilares de apoyo, fueron protagonistas. Pusieron en el centro del sindicalismo las luchas que también atravesaban sus cuerpos: el derecho a decidir, el acceso al empleo, la igualdad salarial, la protección frente al acoso, la conciliación laboral. Desde lo personal, construyeron lo político. Y desde lo colectivo, forjaron conquistas que hoy damos por sentadas.
Sin embargo, sus nombres siguen ausentes en los libros, en las placas, en las conmemoraciones. Es hora de reescribir la historia sindical con mirada feminista, reconociendo que sin estas mujeres, no habría habido victoria obrera. Hoy, con una clase trabajadora precarizada y una juventud sin futuro, su ejemplo es más necesario que nunca: no hay justicia social sin memoria, ni libertad sin igualdad.
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